jueves, 30 de junio de 2011

15 M - Los Restos

La chispa que prendió en Sol hace mes y medio, aquel célebre 15 de mayo, y que atrajo a miles de personas a una concentración en el centro de Madrid, indignados se llamaron, para evitar el barniz de la política, se expandió por toda España. Las plazas del país ardían de indignación, de hartazgo por la incompetencia de la clase política, del bulo que protegía a la banca, de tantas y tantas cosas. El movimiento llegó a Valencia y, en un arrebato más o menos espontáneo, otra multitud tomó la plaza del Ayuntamiento. Aún pervive el recuerdo de aquella imagen que dio la vuelta a España, aquel joven encaramado en una esquina para poner una pegatina que rebautizara como Plaça del 15 de Maig el cogollo de la ciudad. Pero tras el 15-M llegó el 22- M, las autonómicas y municipales, y la protesta comenzó a perder sentido. Y la llama empezó a extinguirse.
Mes y medio después, una docena de tiendas de campaña hechas de lona y trozos de plástico pervive en la plaza. Un grupúsculo se resiste a irse. Precisamente, anoche, la asamblea de indignados votó abandonar la plaza y desvincularse de los pocos que votaron quedarse. En uno de los lados, cuelga un cartel: 'Retrats d'un moviment', se puede leer. Y alrededor, un montón de rostros, variopintos, inclasificables, eclécticos. Gentes de distinto pelaje que mostraron su descontento contra el sistema en el momento álgido de la protesta. Pero ya no queda ni rastro de ellos.
Ahora lo que perdura es un grupo demasiado homogéneo. Ya no hay cabezas engominadas entre rastas rebeldes. Ahora sólo cabe una etiqueta. Y allí, con el consentimiento de las autoridades, dejan pasar los días. Con su música, con sus distracciones, con sus cosas. El campamento rezuma insalubridad. Está cochambroso. Pese a que unos pocos sacan una fregona para rascar el suelo con desgana, faena estéril en un vertedero. En una mano el 'mocho' y en la otra un paragüas que protege del sol inclemente, de los 31 grados que caen a plomo bañados en una humedad impía. La presencia de gente fluctúa a lo largo del día. El momento álgido coincide con la caída del sol, con la asamblea que se celebra a las ocho de la tarde, cuando se agrupan no más de 30 o 40 personas. Por la noche son muchos los que huyen en busca de un lecho más confortable.
Alrededor de la acampada, con el morro torcido, se mantienen al pie del negocio los propietarios de las floristerías. Reclaman mantener el anonimato. «Si sale el nombre de nuestro puesto se mean y se cagan en nuestro tenderete», explica uno. Otro, harto de la compañía de este grupo al que se han unido mendigos y sin techo -algunos hacen corro en torno a una botella de vino barato-, fumetas y okupas, relata la nueva verdad de la plaza. «Al principio, aunque nos perjudicaban, aquello tenía un sentido. Ahora no tiene ninguno. Sólo queda gente que nada tiene que ver con el 15-M. Incumplen un montón de normas que los demás tenemos que acatar. No hay derecho».
Otro vendedor, entre flores, advierte de la trampa del asunto. «Es que los que están ahora no son los del principio. Es gente que se ha colocado aquí a pasar el día. Ya no comparten la comida, se pelean entre ellos. Unos limpian y otros ensucian. Y por la noche quedan cuatro gatos».
Desde un punto de la plaza resuena la música de los Rolling Stones. En una esquina ajardinada hay unas sillas tiradas. En medio de la plaza, una pizarra robada. Y un grupo de jóvenes apila tablas y palés de madera para construir no se sabe qué. Son los despojos del 15-M, un final que se alarga demasiado.

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